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El control de las emociones

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Utilizamos la comunicación para instruir, aprender, relacionarnos entre nosotros; pero, sobre todo, para expresar nuestros sentimientos. En un grado muy significativo, la capacidad que tengamos de controlar nuestras emociones determinará el éxito de esa expresión. Nuestro estado de ánimo –ira, tristeza, angustia- puede afectar a lo que pretendemos decir y distorsionar drásticamente lo que creemos haber oído.

Los hijos de todas las edades emplean una amplia"Padres discutiendo frente a su hijo" gama de tácticas para irritar a sus padres. Una madre lo denominó abuso filial: los pequeños de tres años chillan y gimen, los de siete interrumpen; luego, hacia los trece, los antes pegados niños deciden que es denigrante dejarse ver en compañía de los padres, y más aún acatar una simple orden. Durante estos períodos ten exasperantes, en los cuales los padres se ven empujados al límite, un estallido emocional imprevisto puede destrozar a un hijo inseguro. No llegue nunca a ninguna lucha de poder, ya que después es más difícil resolverla.

¡Fuera de mi vista! ¡Eres un completo imbécil! ¡No vales las molestias que nos tomamos! Estas explosiones fulgurantes son otros tantos ataques, y los ataques provocan actitudes defensivas y generan rencores muy sentidos, como comprobó la señora Scarpelli tras emprenderla contra Jina, su hija de quince años.

No recuerdo qué hizo aquel día, pero me sacó totalmente de mis casillas y grité en un arranque de furia: ¡Te odio!. De súbito se acabó la trifulca. Hubo un silencio sepulcral. Ella se metió en su cuarto y me dejó a solas con aquel comentario estúpido, que naturalmente no sentía. ¡Duró varios meses! Yo no entendía su negativa a perdonarme. No paraba de repetirle: ¿Cuántas veces tendré que decirte que te quiero? ¿No cuenta eso para ti? Pero Jina seguía consternada por mis palabras, pese a saber que las había pronunciado en un momento de enajenación. No tenía ni idea de que un desliz como aquél pudiera resultar tan dañino.

La siguiente declaración es de las que reiteramos con frecuencia. Pero no debería quedar obsoleta, porque es la esencia misma de la educación: Más que ninguna otra cosa, los hijos aprenden los comportamientos observando a sus padres.

Puesto que sus hijos tratarán de emularle fielmente, procure que su comunicación con los demás –ellos mismos, su pareja, los amigos o los extraños– sea serena y respetuosa. Los padres son seres humanos, sin embargo intente ser siempre razonado, aunque deba realizar esfuerzos titánicos, mantenga la calma, porque si un hijo pequeño le ve porfiar y bramar, aprenderá que es así como se comunican las personas. El lenguaje emocionalmente subido de tono no sólo traba la comunicación, sino que puede inducir al niño a creer que él es la causa del conflicto. O, peor aún, hacerle pensar que sus padres le van a abandonar o que quieren destruirse entre sí.

La historia que referimos a continuación procede de una pareja que discutía regularmente delante de su hijo, hasta que un día quedaron perplejos por algo que hizo el pequeño. Aquello les obligó al fin a concienciarse de que sus fuertes altercados perturbaban enormemente al niño.

Jamás olvidaré aquella vez, cuando Aaron tenías sólo seis años, en la que –como de costumbre– Mort y yo comenzamos a reñir en la cocina, chillando y despotricando, emperrados en forzarnos a cambiar mutuamente de opinión. El ambiente no cesaba de caldearse. De pronto, Aaron se plantó de un salto entre nosotros y nos separó físicamente, mientras vociferaba con toda la potencia de sus pulmones: ¡BASTA! ¡DEJAD YA DE PELEAROS!. Mort y yo nos callamos e intercambiamos una mirada. Luego clavamos la vista en aquel personaje con los ojos hinchados, enrojecidos, y los brazos extendidos para mantenernos a raya. Era una estampa lastimosa. Nunca en toda nuestra vida volvimos a discutir en presencia del niño.

Una madre a la que entrevistamos se atenía a una regla inmutable, que obviamente habría evitado la escena descrita anteriormente.

La norma de comunicación más importante en casa, y en la que no hubiéramos tolerado ninguna desviación, era sencillamente ésta: Nada de gritos. No se permitían, y jamás se hicieron concesiones al respecto.

Luego nos explicó que su madre también había usado siempre con sus nietos un tono de voz tranquilo pero persuasivo que le había dado muy buenos resultados.

Mamá sólo tenía que decir con su estilo pausado, pragmático: Deja eso, y ya sabes que hablo en serio y, como por arte de magia, ¡los niños lo dejaban! Ignoro qué era, pero ellos lo captaban y sabían muy bien que no bromeaba. Siempre estaba calmada, nunca levantaba la voz. Era pasmoso el respeto que les inspiraba.

Aquella madre se había adherido a otra regla tan estrictamente como a la de No gritar. La llamaba Regla de cortesía.

Tanto si los niños estaban de humor para charlar como si no, la norma era que debían al menos saludar a los demás miembros de la familia con un Hola al entrar en la habitación y un Adiós o un Buenas noches al salir. No me importaba cuáles fuesen sus problemas ni por qué estaban de mal talante; tenían que ser lo bastante amables como para participar del grupo familiar con ese mínimo gesto.

No queremos conducta problemática en nuestros hijos. Deseamos para ellos un sano y responsable crecimiento y son los padres quienes tienen en sus manos, la llave para lograrlo. Dar el mejor ejemplo para que ellos construyan una base sólida, es el mejor legado que podemos brindarles.

Fuente: Alan Davidson – Robert Davidson | Los secretos de los buenos padres

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